Asociación de bebés prematuros de Granada
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ALEJANDRA


Asociación de bebés prematuros de Granada

La vida cambia en un instante…  y a mí me cambió el 20 de octubre de 2010.
Cinco días antes había nacido nuestra tercera hija, Alejandra. Tan pequeña y tan ideal, tan deseada y bien acogida por todos… pero ya en casa notamos que se apagaba como una cerilla y decidimos llevarla a urgencias.

Las primeras horas fueron horribles, de urgencias a la unidad de cuidados básicos y de ahí a la de cuidados intensivos. Todavía recuerdo cuando el Dr. Roca vino al lactario, donde yo había acudido por segunda vez en aquella tarde, para contarnos lo “malita” que estaba nuestra niña. Ni su exquisita delicadeza, ni su empatía natural pudieron evitar que dejaran de caer gotas de leche al biberón que había empezado a llenar minutos antes…

Pues sí, como bien han dicho las abuelas a lo largo de la historia “el disgusto me cortó la leche”.
Fue aquella noche cuando la pequeña Alejandra empezó a recibir sangre, plasma, vitaminas, cuidados intensivos, amor…

Desde nuestra llegada a la unidad fuimos conscientes de la suerte que teníamos de estar rodeados de un equipo de profesionales tan maravilloso y de tanta aparatología (que para los que nos estamos acostumbrados a ella, parece de película). Pero la pena que sentía era muy grande, tan grande que casi inmovilizó mi cuerpo y bloqueó mi razón durante tres días, tres largos días en los que lloré hasta las lágrimas que no tenía.
Pero al tercer día me di cuenta de que esa actitud no me llevaba a nada; que mi hija quería vivir, que estaba luchando contra no sé qué, pero cada hora que pasaba era un regalo.
Así que decidí que cada mañana me arreglaría para ir al hospital a cantarle a mi niña, a transmitirle amor y cosas positivas, aunque fuera a través de la ventana de la incubadora.

¡ Y con esa “alegría” empecé a producir más leche! No me saltaba ni una toma y hasta una máquina me alquilé para poder extraer leche por las noches en casa (siempre me ponía el despertador a las 4:00 de la mañana).
En principio la leche se la iban dando a ella, pero a los días se la prohibieron, pues no sabían si su problema iba a ser metabólico y debía tomar una leche especial. Me puse muy triste en ese momento, eso es cierto, pero seguí sacándome leche con la esperanza de que pudiera volver al pecho algún día.
En aquel momento alguien me comentó la posibilidad de donar la leche y no dudé ni un segundo. Pensé que en la vida “todo es para bien” y que esa era una oportunidad estupenda de devolver algo de todo lo que estaba recibiendo en la UCI.
Así que, con más alegría todavía que antes, empecé a compartir mi leche. Tampoco entonces me saltaba ni una toma y el despertador seguía sonando cada noche a las 4:00 de la madrugada.
Me entusiasmaba tanto esa forma de voluntariado, sentirme útil, que los ratos del lactario con otras mamás con las que compartía sufrimiento y esperanza, suponían uno de los momentos más agradables de mis días allí.

Fue pasando el tiempo y gracias a Dios, la pequeña Alejandra fue subiendo sus niveles de coagulación, bajando las transaminasas e incrementando sus plaquetas. Y cuando ya empezábamos a respirar por esos motivos, llegaron los resultados genéticos y... ¡¡su problema no era metabólico!! Eso significaba que podría volver a tomar leche materna.
No soy capaz de recordar con claridad dónde estaba en ese momento, ni siquiera quién me dio la noticia, pero sí recuerdo la inmensa alegría que sentí y el abrazo eterno que nos dimos mi marido y yo.
No sabía si querría “engancharse” del pecho directamente, pero había una cosa muy clara: sí podría mantener el hábito de sacarme leche y luego dársela en biberón.
También recuerdo que justo después del abrazo empecé a inquietarme porque quería seguir compartiendo mi leche, había visto tanto… y en mi cabecita calculé la cantidad que tomaría mi Gordi y lo que podría seguir donando ¡¡¡las cuentas salían!!!

A los pocos días nos dieron un “permiso de fin de semana” y cuando regresamos el lunes, ya pudimos recoger el alta definitiva de nuestra hija.
Y aunque tendríamos que estar muy pendientes de ella y hacerle revisiones periódicas, la vida nos volvía a cambiar en un instante: nos íbamos a casa y recuperaríamos nuestra vida, en familia, como al principio.

Ya en casa incluí en mi rutina la extracción de leche para donar, incluso después de la reincorporación al mundo del trabajo tras mi baja maternal. Me divertía ver lo implicados que estaban mis otros hijos; los sábados y domingos se ponían a mi lado en el momento de sacarme la leche “para los amigos de Alejandra que la necesitan” y empezaban a animar, cada uno a un bote para ver ¿¿cuál ganaba??

Ahora, que ya ha pasado un año y medio de su nacimiento, con esa vida “normal” que tanto anhelamos aquellos días, estoy absolutamente convencida de que en la vida todo tiene un por qué, que nos pasó eso porque no podía pasarle a otra familia y que lo positivo llama a lo positivo.
¿Cómo podría, si no, haber llegado a compartir mi leche si mi hija no hubiera estado tan malita? A los 10 meses mi hija no quiso seguir con la lactancia materna y a la mañana siguiente, con penita, fui al Banco de Leche a devolver aquella máquina que durante tanto tiempo y en tantos lugares me había acompañado.

La vida cambia es un instante, sí, es cierto, pero ¡está en cada persona cómo tomarse ese cambio! Sé que ésta es la clave para poder afrontar cualquier cambio inesperado.
Fui y soy feliz, muy feliz, y gran parte de esa felicidad me viene de algo tan sencillo, como haber compartido mi leche.

Alejandra Zapata Navarro.
3 de Mayo de 2012